viernes, 24 de enero de 2014

TRIBUTO A LOS JUEGOS DEL HAMBRE

Momentos destacados entre Katniss y Peeta:

Tercer libro

Momento 6 EXTRA seleccionado (de elaboración propia): aproximación de los personajes más progresiva que en el libro.

Los días van pasando de forma mecánica: yo salgo a cazar, Peeta viene a cenar a casa lo que Sae cocina.. manteniendo una conversación muy superficial, variando el tema desde el tiempo a como van las cosas por el Distrito 12, sin librarse el tema de los seres queridos que ambos hemos perdido. Ver ese pan de Peeta sobre la mesa refresca el código del pan, algo imborrable.

Cada vez estoy más convencida de que he perdido al anterior Peeta, el que me reconfortaba en sus brazos, y mostraba mejor sus sentimientos..., pero claro, este Peeta ya no tiene sentimientos, el Capitolio lo ha cambiado, no puedo esperar una respuesta tan humana de su parte. Su límite consiste en impedir que finalmente acabasen o yo misma terminase con mi trágica vida, no se le pude pedir más. Tengo que reconocer que ese es un pequeño gran cambio a lo que respecta el Peeta rescatado con el que votó por el fin de los Juegos del Hambre, aunque siga esquivando mi mirada la mayoría de las veces. 

Estoy cansada, el día ha sido muy largo, sigo echando de menos a mi familia. Sólo hay una cosa en mi cuarto que pueda reconfortarme, trasladarme a otro tiempo mejor, dónde mi única meta era mantenerle con vida: la perla de Peeta.

Llego a mi cuarto y cierro la puerta. Me dirijo al primer cajón de la mesita de noche, saco la perla y me tumbo con ella en mi cama. Cierro los ojos. Paso la perla por mis labios, recordando su tacto. Recordando el tacto de los labios de Peeta.

Un sonido me saca de mi mundo creado alternativo. Una puerta al cerrarse.

- !Ah, eres tú, Peeta!

- Sí. Vengo a traerte la medicina para dormir. Sae me pidió que te la subiera.

- Gracias. Déjala sobre la mesita de noche -me siento en la cama apoyando mi espalda en la pared, Peeta ve la perla en mi mano, mantiene su mirada en ella-.

- Esa es la perla que te regalé, ¿real o no?

- Real -contesto alzando mi mano para mostrársela más cerca de sus ojos-.

Mira mi cara y la perla a intervalos. Por la expresión de su cara, está intentando entender algo, no sé que será. Quizás hayan alterado su recuerdo. Finalmente decide volver a hablar:

- Antes de entrar no piqué a la puerta por si estabas dormida, para no despertarte. Abrí suave. Te vi deslizando esa perla por tus labios. ¿Por qué?

- Porque... -no sé como responder a esta pregunta, me ha pillado desprevenida, de sorpresa. Cómo se lo puedo explicar. Pude que haya algún recuerdo distorsionado que le haga dudar de mi credibilidad. Y para qué. Qué puedo conseguir. Con una débil voz  continuo.- ... porque... el roce de la perla me recuerda el tacto de tus labios -le miro a los ojos. No sé qué veo en ellos: duda, indiferencia, algo que no tiene sentido como que la lluvia no moje-.

No sé cómo hacer que él lo entienda, y a mí no es a la que se le da bien explicarse, el poder de las palabras siempre ha sido suyo.

- …¿Echas de menos el tacto de mis labios?... –pregunta con incredulidad.

- No he sido siempre consciente de la forma en que los necesitaba, te necesitaba, de eso me he dado cuenta cuando te he perdido, cuando el capitolio te ha distanciado en todas las perspectivas posibles de mí.

- ¿Me necesitas? –pregunta con menos cara de póker.

- Te necesito –miro sus labios, dejo la mirada fija en ellos, qué fácil habría sido todo en otro momento, cuando sólo me dejaba llevar, siempre estaba ahí-.

Poco a poco me voy acercando a esos labios, Peeta no se aparata, la distancia se va acortando y nuestros labios se fusionan. Soy yo la que empieza el beso, pero Peeta responde a él, aumentando progresivamente la intensidad. En un breve instante se paraliza, se agarra fuertemente al cabecero de la cama y yo le acaricio suavemente la cara para que vuelva poco a poco a esta realidad.

Sus ojos vuelven a la normalidad. Es Peeta quien ahora inicia el beso, con más ferocidad que el anterior. Yo no me detengo ni disminuyo la intensidad. Vuelvo a sentir ese hambre que sentí en la cueva, en la arena del Vasallaje de los 25 y ahora no hay nada ni nadie que nos detenga.

Peeta inclina su cuerpo sobre el mío que termina en la cama. Sigue besándome, yo respondo a sus besos, no quiero que termine. Su boca comienza a deslizarse hacia abajo, hacia la clavícula, me quita la camiseta, sus labios siguen su camino desde mi esternón hasta mi abdomen.

Yo le quito su camiseta y el termina quitándose el resto de la ropa que cubre su cuerpo. Vuelvo a besar esos dulces y ardientes labios. La temperatura no para de subir y gimo su nombre en su garganta. Desabrocha el botón de mis pantalones, me libero del resto de mi ropa y terminamos entrelazados sobre mi cama.

Los besos no nos sacian ni a él ni a mí, tenemos hambre de más, necesitamos más el uno del otro. Peeta coloca su cuerpo sobre el mío y juntos iniciamos a mostrar de otra forma lo que sentimos.



A la mañana siguiente lo primero que veo al abrir los ojos es su radiante sonrisa. Yo le doy un beso tierno en la mejilla, me abrazo más a su cuerpo y el acaricia mi pelo.

Es una sensación tan agradable. Si no es felicidad, al menos, es muy parecida. Este es uno de esos momentos en los que quisiera vivir para siempre.

Así que después, cuando él susurra:

―Tú me amas.¿ Real o no real?

Le digo:

―Real.




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